Esther, otro nombre de mujer para el cine cubano |
Joanna Pérez Vidal (La Habana, 1985). Licenciada en Periodismo. Colabora con varios espacios del canal Cubavisión Internacional y con diversas publicaciones culturales. Mereció en 2010 el Premio Nacional de Periodismo Cultural «Rubén Martínez Villena». |
Manuela, Lucía, Maluala, Cecilia, Amada… Los nombres de mujer persiguen al cine cubano desde los tiempos fundacionales del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Lo que parecía una feliz tendencia protagonizada por el entrañable Humberto Solás se fue perdiendo poco a poco, hasta borrarse definitivamente en este siglo XXI. Ahora llega otra cinta inspirada en una dama: Esther en alguna parte. Gerardo Chijona toma la novela homónima del escritor Eliseo Alberto (Lichi) Diego para realizar su quinto largometraje de ficción. «Éramos amigos a todas: para descargarnos por novias que nos dejaban, para emborracharnos y para estar juntos también en los momentos difíciles» –recuerda el cineasta la relación tan estrecha que lo unió desde que estudiaba en la Universidad de La Habana a los hermanos Diego García-Marruz–. Fue precisamente su colega Constante, Rapi, quien propuso a Chijona llevar a la gran pantalla la obra literaria de su hermano Lichi, por entonces de reciente publicación.
Un largo camino recorrió Esther en alguna parte
antes de llegar finalmente al set. La primera e inevitable parada –como
suele ocurrir con toda adaptación– fue crear un guion que atrapase la
esencia de su referente editorial. También debió superar enfermedades y
fallecimientos; la precedió Boleto al paraíso, largometraje de ficción que robó a Chijona más de un año de desvelos.
Esther ¿=? Esther
Eduardo Eimil, egresado de la
Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños,
es el guionista de la cinta. Seleccionado por el director porque «lo
conocía desde sus tiempos de alumno», tuvo que llevar personajes,
ambientes y diálogos, de las páginas al lenguaje cinematográfico. Bajo
la celosa guía de Chijona y del propio Lichi Diego, quien tuvo una extensa carrera también en esta profesión (Capablanca, En tres y dos, El elefante y la bicicleta, Guantanamera, entre otros títulos), el joven enfrentó su tercer proyecto de largometraje y el único que hasta hoy ha llegado a las cámaras.
Lino (Reynaldo Miravalles) y Larry (Enrique Molina)
«Me dio toda la libertad para
hacer lo que quisiera. De hecho, pudo leer una de las versiones más
tempranas y no le molestaron todos los inventos que hice alrededor de su
historia» –se refiere el joven guionista a las interioridades del
proceso creativo, en particular a cómo Lichi le permitió
manejar a su antojo la novela–. De ahí que la propuesta fílmica respete,
ante todo, el argumento original. Luego de un año del fallecimiento de
su esposa Maruja, Lino Catalá, un anciano serio y formal, conoce a Larry
Po, un anciano estrafalario que asume varias personalidades. Este le
revela a Lino que su difunta esposa tenía doble vida: de día era ama de
casa y de noche cantante de boleros. Es así que ambos se unen en busca
de descubrir el verdadero pasado de Maruja, al tiempo que intentan
encontrar a Esther Rodenas, el gran amor de la vida de Larry.
Como puede apreciarse desde la
sinopsis, aunque el filme lleve nombre de mujer, los protagonistas son
masculinos, un elemento que diferencia el próximo estreno de otros que
igualmente han adoptado nombres de féminas.
Desde 2007 Eimil comenzó a escribir el guion y, si bien logró captar la esencia de esta «comedia triste» –como la definió Lichi Diego–, en su propuesta quedaba fuera el segundo capítulo del original.
Por su lado, Eimil asegura que,
cuando dejó fuera este importante momento retrospectivo de la novela, lo
hizo pensando en cuestiones relacionadas con el casting:
Para su versión el joven guionista
propuso una estructura episódica, que permite el reencuentro de Larry
con diferentes mujeres, como ocurre en el libro. De esta manera se logra
sintetizar el mayor número de sucesos del original, esos que, por
cuestiones de tiempo, le resulta imposible recrear a la puesta en
pantalla. A su vez, el director reconoce las bondades de tal variante en
relación con el ritmo narrativo, porque «la película va como un
cohete».
Mientras, el autor del libro
–quien ganó gracias a este el Premio Espasa Calpe en 2005– no solo
consintió que Eimil borrara el segundo capítulo o recreara diálogos que
jamás estuvieron en su texto, sino que le permitió imaginar un personaje
femenino: Elenita Ruiz. «Aunque se basa en uno referenciado, no existe
físicamente en la novela» –confiesa.
Chijona también adelanta que las
caracterizaciones de los personajes femeninos siguieron las pautas del
texto literario, pero que cambió la manera de presentarlos, pues se les
dio «más espacio en pantalla a unos que a otros».
Eliseo Alberto Diego falleció en
Ciudad México el pasado año sin haber visto la versión cinematográfica
de su novela ni siquiera filmada. Por eso el cineasta asegura que su
próxima película estará dedicada a Lichi y Rapi Diego García-Marruz, «los hermanos que le dieron la vida».
Tras o ante… ambas preposiciones importan
Lograr actuaciones
convincentes es el principal rompecabezas para cualquier director de
películas de ficción. Críticos, cineastas, entre otras personas
vinculadas al celuloide, manifiestan que son los actores «el rostro del
filme», y que de sus interpretaciones depende –en buena medida– la
identificación de los públicos con la obra. Como buen conocedor de los
misterios del cine, Gerardo Chijona está consciente de la importancia
del casting y de la dirección de actores. Acostumbrado a codearse con «la crema y nata» de la filmografía cubana desde su ópera prima, Adorables mentiras, esta vez fue a por más. Si con Boleto al paraíso
dio un vuelco a su carrera o hizo una excepción en ella, al darle el
protagonismo a jovencísimos noveles, ahora se puede decir que tiene «un
todos estrellas»: Reynaldo Miravalles (Lino Catalá), Enrique Molina
(Larry Po), Daisy Granados (Maruja), Alicia Bustamante (Mercedes o
Huesito), Eslinda Núñez (Elenita Ruiz), Paula Alí (Julieta Cañizares),
Verónica Lynn (Rosa Rosales) y Elsa Camp (Rafaela Tomey).
Completan el elenco actores de
otras generaciones. Luis Alberto García (Teniente Chang), el fetiche de
los largometrajes de Chijona, no podía faltar. Mientras Héctor Medina y
Laura de la Uz (Ofelia) repitieron una experiencia iniciada en Boleto al paraíso. «Viento en popa» pudiera decirse que va la carrera del joven actor tras sus protagónicos en Boleto al paraíso y Vinci –por solo citar algunos estrenos recientes de la cinematografía cubana–. En Esther…
interpreta a Ismael, el sobrino de Larry, personaje que comparte el
mayor número de escenas con el dúo Miravalles- Molina, una exigente
prueba que público y crítica no pasarán por alto.
Lino y Rosa Rosales (Verónica Lynn)
Se les une Miriel Cejas, quien
realiza un cameo para asumir una recepcionista «a la cubana», de esas
que siempre se pintan las uñas e ignoran a los usuarios; escena la suya
que, desde el guion, aparenta hacer un guiño a algunos pasajes de otros
clásicos insulares, como La muerte de un burócrata.
Tras las cámaras Chijona también
buscó la mejor factura posible. Algo sorpresivo resultó que no repitiera
con su amigo Raúl Pérez Ureta, cuya fotografía de ambientes roídos
tantas alabanzas ganó para Boleto al paraíso. En esta oportunidad la imagen queda en manos de otro probado profesional, nos referimos a Rafael Solís (Las profecías de Amanda, Barrio Cuba, San Ernesto nace en La Higuera, entre otros). Por su parte, la edición, esencial desde el principio, quedó en manos de Miriam Talavera.
De igual modo la dirección de
producción recayó en otro archiconocido, Evelio Delgado; la dirección de
arte estuvo –al inicio– en manos de Lorenzo Urbistondo, quien no pudo
terminar debido a su salud, y luego se unieron Nanette García y Jorge
Rafael Zarza; el sonido lo asumió Jorge Luis Chijona y la banda sonora,
Osmany Olivare. El maquillaje y la peluquería quedaron a cargo de
Magdalena Álvarez y Juan Francisco Carreño.
Pero, ya que se trata «de su película más personal» –como él mismo ha calificado a Esther en alguna parte–,
Chijona busca que el homenaje a sus amigos no quede solo en palabras.
Por eso recurrió a la sensibilidad de alguien con fortísimos lazos con
los hermanos Diego García-Marruz: José María Vitier. El músico y
compositor cubano aceptó de inmediato el proyecto y se unió para
recordar a sus primos Rapi y Lichi. Con solo ver unas pocas secuencias de la cinta, el autor de la melodía de Fresa y chocolate ya había compuesto algunos playbacks. Sus declaraciones anticipan que habrá algo de ese piano que Lichi tenía escondido en su álter ego, «pues él era un músico secreto, con un pensamiento musical que emana en el propio libro».
En la claqueta
«Miravalles está filmando aquí»,
la voz se corrió rápidamente entre los medios de prensa insulares.
Pasaron casi dos décadas desde la última vez que el actor, radicado en
Estados Unidos, estuviera ante cámaras del ICAIC. Su rostro, que había
sido habitual desde tiempos fundacionales, quedó entonces confinado a la
remembranza y a esa «posteridad» que revive el celuloide cada vez que
se proyecta. Las doce sillas, Los pájaros tirándole a la escopeta, Quiéreme y verás
son solo una pequeñísima muestra de una carrera que por más de 60 años
ha ganado aplausos en disímiles países y que suma medio centenar de
títulos de la gran pantalla. De vuelta a su Habana, ahora por motivos
netamente profesionales, «se robó el show» –como acostumbramos a decir.
Pero Reynaldo ya cuenta con 89 años y el tiempo no perdona:
Según nos confesó, durante los primeros días Miravalles «estuvo muy tenso», pero poco a poco probó toda su sapiencia.
El actor, quien se autodefine como hombre de cine, aseguró que Esther en alguna parte
es «el mejor guion que ha tenido en sus manos». El intérprete de Lino,
uno de los protagonistas, confiesa que estuvo muy motivado a participar
en el largometraje porque «se trataba de una película de viejos, con
conflicto de ancianos de setenta años, algo poco común [en el séptimo
arte]». En este sentido, las producciones nacionales no constituyen
excepción porque, si damos un breve vistazo a lo realizado, solo
contamos con Los pájaros tirándole a la escopeta, de Rolando Díaz, o con Reina y Rey, de Julio García-Espinosa. Ambos son títulos bien lejanos en el tiempo.
Ofelia (Laura de la Uz), Teniente Chang (Luis Alberto García), Lino y Larry
Por su parte, Chijona –y otros
integrantes del elenco– resaltan la motivación que produjo tener al
octogenario: «Todo el mundo tenía como la ilusión, el deseo de hacer
alguna escena con él, y en ese sentido la película fue como una fiesta».
No obstante, el director reconoce
que puso el rodaje en función de ese protagonista, porque su edad le
impide memorizar extensos parlamentos, dificultad que Miravalles jamás
escondió.
En primer lugar, el actor llegó
dos meses antes a la capital del país para comenzar los ensayos. Durante
el mes inicial permaneció encerrado en un local repasando las escenas
con Molina, específicamente practicando la voz (intenciones, matices,
etcétera). Posteriormente lo haría con las actrices. Ya en un segundo
viaje, más próximo a las fechas de grabación, se probó el vestuario y
conoció el set principal, la casa de su personaje. También se evitó el
desgaste físico desde el propio guion. Aprovechando la caracterización
introvertida de Lino, «tratamos de escribirle diálogos bastante concisos
y sintéticos, salvo en escenas que tuvieran un enfrentamiento los
personajes, que fuera como un duelo. Todo está muy sugerido en los
silencios, en los textos, en las miradas» –explicó Chijona.
Todo lo contrario pasa con su partenaire Larry, rol que encarna Enrique Molina. Explosivo, hablador, mitómano, estrafalario, en él recayeron casi todos los diálogos.
Mientras, Enrique Molina considera
que este es un proyecto diferente a todos los que ha encarnado en su
carrera. El protagonista, quien no puede esconder el placer que le ha
traído la cinta, solo adelanta que «será una película para meditar, que
nos va a enseñar a todos que aun teniendo 89 años –como tiene
Miravalles– siempre hay un momento en la vida para amar, para querer,
para ser amado». Visión similar defiende Eduardo Eimil, quien ve una
lectura más profunda en su versión cinematográfica: «La vida no termina
en la vejez, se puede ser feliz aun cuando uno llega a la ancianidad».
Tan solo 33 días necesitó el
proceso de rodaje. «La voy a hacer de día casi toda» –se propuso el
director, quien esta vez evitó el desgaste del trabajo nocturno–. Para
sus locaciones escogió escenarios de Centro Habana, «donde se ubica la
historia». En tanto que los interiores se filmaron en los Estudios de
Cubanacán y en El Vedado por ser sitios menos ruidosos.
Esther en alguna parte
culminará su producción este año, o al menos ese es el propósito de su
entusiasta director, quien le calcula una extensión de hora y media.
Quizás sea una cinta sobre un tema universal, quizás no. Por el momento,
ni el propio Chijona se atreve a predecir cómo responderán los
espectadores. Lo que sí presagia su equipo es que «será una película
diferente», un elemento que aumenta las expectativas entre los cinéfilos
cubanos, quienes ya se muestran interesados por ver el desempeño de
quienes la lideran. ¿Otro título con nombre de mujer para ser recordado?
Ojalá. Al cine cubano le hace falta. Pero esa pregunta solo podrá ser
respondida en las salas.
tomado de: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/
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