viernes, 13 de septiembre de 2013

Esther en alguna parte. La "última" película cubana.

Esther, otro nombre de mujer para el cine cubano



Joanna Pérez Vidal

Joanna Pérez Vidal (La Habana, 1985). Licenciada en Periodismo. Colabora con varios espacios del canal Cubavisión Internacional y con diversas publicaciones culturales. Mereció en 2010 el Premio Nacional de Periodismo Cultural «Rubén Martínez Villena».


Manuela, Lucía, Maluala, Cecilia, Amada… Los nombres de mujer persiguen al cine cubano desde los tiempos fundacionales del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Lo que parecía una feliz tendencia protagonizada por el entrañable Humberto Solás se fue perdiendo poco a poco, hasta borrarse definitivamente en este siglo XXI. Ahora llega otra cinta inspirada en una dama: Esther en alguna parte. Gerardo Chijona toma la novela homónima del escritor Eliseo Alberto (Lichi) Diego para realizar su quinto largometraje de ficción. «Éramos amigos a todas: para descargarnos por novias que nos dejaban, para emborracharnos y para estar juntos también en los momentos difíciles» –recuerda el cineasta la relación tan estrecha que lo unió desde que estudiaba en la Universidad de La Habana a los hermanos Diego García-Marruz–. Fue precisamente su colega Constante, Rapi, quien propuso a Chijona llevar a la gran pantalla la obra literaria de su hermano Lichi, por entonces de reciente publicación.

Desde el primer momento –comenta el director– Rapi fue la bujía inspiradora del proyecto. Él ya estaba muy enfermo cuando Lichi se apareció con la obra –por el año 2004 o 2005–. Tan pronto como Rapi la leyó, exclamó: «¡Hay que hacer la película!». La novela se publicó en junio de 2005 y ya en julio yo tenía un ejemplar y comenzamos a «chapotear» sobre lo que sería la versión cinematográfica. Había otros directores interesados en hacerla, pero Lichi decidió que fuera yo. Rapi murió en enero de 2006, entonces la intención era dedicarle la película.
Un largo camino recorrió Esther en alguna parte antes de llegar finalmente al set. La primera e inevitable parada –como suele ocurrir con toda adaptación– fue crear un guion que atrapase la esencia de su referente editorial. También debió superar enfermedades y fallecimientos; la precedió Boleto al paraíso, largometraje de ficción que robó a Chijona más de un año de desvelos.
Esther ¿=? Esther
Eduardo Eimil, egresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, es el guionista de la cinta. Seleccionado por el director porque «lo conocía desde sus tiempos de alumno», tuvo que llevar personajes, ambientes y diálogos, de las páginas al lenguaje cinematográfico. Bajo la celosa guía de Chijona y del propio Lichi Diego, quien tuvo una extensa carrera también en esta profesión (Capablanca, En tres y dos, El elefante y la bicicleta, Guantanamera, entre otros títulos), el joven enfrentó su tercer proyecto de largometraje y el único que hasta hoy ha llegado a las cámaras.
Lino (Reynaldo Miravalles) y Larry (Enrique Molina)
«Me dio toda la libertad para hacer lo que quisiera. De hecho, pudo leer una de las versiones más tempranas y no le molestaron todos los inventos que hice alrededor de su historia» –se refiere el joven guionista a las interioridades del proceso creativo, en particular a cómo Lichi le permitió manejar a su antojo la novela–. De ahí que la propuesta fílmica respete, ante todo, el argumento original. Luego de un año del fallecimiento de su esposa Maruja, Lino Catalá, un anciano serio y formal, conoce a Larry Po, un anciano estrafalario que asume varias personalidades. Este le revela a Lino que su difunta esposa tenía doble vida: de día era ama de casa y de noche cantante de boleros. Es así que ambos se unen en busca de descubrir el verdadero pasado de Maruja, al tiempo que intentan encontrar a Esther Rodenas, el gran amor de la vida de Larry.
Como puede apreciarse desde la sinopsis, aunque el filme lleve nombre de mujer, los protagonistas son masculinos, un elemento que diferencia el próximo estreno de otros que igualmente han adoptado nombres de féminas.
Desde 2007 Eimil comenzó a escribir el guion y, si bien logró captar la esencia de esta «comedia triste» –como la definió Lichi Diego–, en su propuesta quedaba fuera el segundo capítulo del original.
Cuando Lichi se leyó el primer borrador que le mandamos, casi le dio un infarto porque es una película que se llama Esther en alguna parte, pero Esther no se ve. La parte de la adolescencia entre ella y Larry es uno de los pasajes más lindos de la novela, porque refleja un amor imposible y, sin embargo, la adaptación la botaba –revela Chijona.
Por su lado, Eimil asegura que, cuando dejó fuera este importante momento retrospectivo de la novela, lo hizo pensando en cuestiones relacionadas con el casting:
Si tienes un salto temporal demasiado grande como estaba previsto en la historia, entonces tienes que hacerle un trabajo muy fuerte de rejuvenecimiento a los actores seleccionados, porque hay vueltas al pasado y es muy difícil. Acortamos los tiempos para que fuera más creíble. Sería muy difícil con el maquillaje, porque a lo mejor puedes envejecer a alguien, pero rejuvenecer es más difícil.
Para su versión el joven guionista propuso una estructura episódica, que permite el reencuentro de Larry con diferentes mujeres, como ocurre en el libro. De esta manera se logra sintetizar el mayor número de sucesos del original, esos que, por cuestiones de tiempo, le resulta imposible recrear a la puesta en pantalla. A su vez, el director reconoce las bondades de tal variante en relación con el ritmo narrativo, porque «la película va como un cohete».
Mientras, el autor del libro –quien ganó gracias a este el Premio Espasa Calpe en 2005– no solo consintió que Eimil borrara el segundo capítulo o recreara diálogos que jamás estuvieron en su texto, sino que le permitió imaginar un personaje femenino: Elenita Ruiz. «Aunque se basa en uno referenciado, no existe físicamente en la novela» –confiesa.
Chijona también adelanta que las caracterizaciones de los personajes femeninos siguieron las pautas del texto literario, pero que cambió la manera de presentarlos, pues se les dio «más espacio en pantalla a unos que a otros».
Eliseo Alberto Diego falleció en Ciudad México el pasado año sin haber visto la versión cinematográfica de su novela ni siquiera filmada. Por eso el cineasta asegura que su próxima película estará dedicada a Lichi y Rapi Diego García-Marruz, «los hermanos que le dieron la vida».
A Lichi le funcionó esta estructura episódica. En enero de 2011, cuando fui al laboratorio a revisar las copias de Boleto al paraíso con subtítulos en inglés, tuvimos dos o tres sesiones de intercambios y me dio sus últimas consideraciones, que están en la película. O sea, el guion de la película es el que Lichi vio, revisó y aprobó. Por eso estoy tranquilo –asegura el director.
Tras o ante… ambas preposiciones importan
Lograr actuaciones convincentes es el principal rompecabezas para cualquier director de películas de ficción. Críticos, cineastas, entre otras personas vinculadas al celuloide, manifiestan que son los actores «el rostro del filme», y que de sus interpretaciones depende –en buena medida– la identificación de los públicos con la obra. Como buen conocedor de los misterios del cine, Gerardo Chijona está consciente de la importancia del casting y de la dirección de actores. Acostumbrado a codearse con «la crema y nata» de la filmografía cubana desde su ópera prima, Adorables mentiras, esta vez fue a por más. Si con Boleto al paraíso dio un vuelco a su carrera o hizo una excepción en ella, al darle el protagonismo a jovencísimos noveles, ahora se puede decir que tiene «un todos estrellas»: Reynaldo Miravalles (Lino Catalá), Enrique Molina (Larry Po), Daisy Granados (Maruja), Alicia Bustamante (Mercedes o Huesito), Eslinda Núñez (Elenita Ruiz), Paula Alí (Julieta Cañizares), Verónica Lynn (Rosa Rosales) y Elsa Camp (Rafaela Tomey).
Me sentía protegido por todas esas grandes actrices del cine cubano, e incluso fundacionales como Daisy Granados, Eslinda Núñez y Alicia Bustamante. Y por otras con las que siempre había querido trabajar como Verónica Lynn, Elsa Camp, Paula Alí (con quien hice una bobería, pero estaba loco por darle un personaje con más «carne», como aquí, donde tiene mucha picardía). Me sentí muy arropado por ellas y por Reynaldo y Molina –confiesa el director, quien no puede ocultar la alegría que vivió durante los días de rodaje no solo por las interpretaciones, sino también por el clima logrado en el set.
Ha sido un estilo completamente distinto porque estos son actores expertos, uno les dice el objetivo del personaje, la historia, la escena, el momento y el tono, y ellos van por ahí. Son actores, inclusive, con más horas de vuelo que yo, y «van al grano», solo hay que ajustar pequeños detalles o matices con ellos –resalta.
Completan el elenco actores de otras generaciones. Luis Alberto García (Teniente Chang), el fetiche de los largometrajes de Chijona, no podía faltar. Mientras Héctor Medina y Laura de la Uz (Ofelia) repitieron una experiencia iniciada en Boleto al paraíso. «Viento en popa» pudiera decirse que va la carrera del joven actor tras sus protagónicos en Boleto al paraíso y Vinci –por solo citar algunos estrenos recientes de la cinematografía cubana–. En Esther… interpreta a Ismael, el sobrino de Larry, personaje que comparte el mayor número de escenas con el dúo Miravalles- Molina, una exigente prueba que público y crítica no pasarán por alto.
Lino y  Rosa Rosales (Verónica Lynn)
Se les une Miriel Cejas, quien realiza un cameo para asumir una recepcionista «a la cubana», de esas que siempre se pintan las uñas e ignoran a los usuarios; escena la suya que, desde el guion, aparenta hacer un guiño a algunos pasajes de otros clásicos insulares, como La muerte de un burócrata.
Tras las cámaras Chijona también buscó la mejor factura posible. Algo sorpresivo resultó que no repitiera con su amigo Raúl Pérez Ureta, cuya fotografía de ambientes roídos tantas alabanzas ganó para Boleto al paraíso. En esta oportunidad la imagen queda en manos de otro probado profesional, nos referimos a Rafael Solís (Las profecías de Amanda, Barrio Cuba, San Ernesto nace en La Higuera, entre otros). Por su parte, la edición, esencial desde el principio, quedó en manos de Miriam Talavera.
Estamos muy adelantados porque Miriam fue editando mientras filmábamos. Había que ir mirando todas las escenas, sobre todo los sonidos de las tomas seleccionadas, porque una vez que Reynaldo se fuera era muy difícil hacerlo regresar para doblar –recuerda el director.
De igual modo la dirección de producción recayó en otro archiconocido, Evelio Delgado; la dirección de arte estuvo –al inicio– en manos de Lorenzo Urbistondo, quien no pudo terminar debido a su salud, y luego se unieron Nanette García y Jorge Rafael Zarza; el sonido lo asumió Jorge Luis Chijona y la banda sonora, Osmany Olivare. El maquillaje y la peluquería quedaron a cargo de Magdalena Álvarez y Juan Francisco Carreño.
Pero, ya que se trata «de su película más personal» –como él mismo ha calificado a Esther en alguna parte–, Chijona busca que el homenaje a sus amigos no quede solo en palabras. Por eso recurrió a la sensibilidad de alguien con fortísimos lazos con los hermanos Diego García-Marruz: José María Vitier. El músico y compositor cubano aceptó de inmediato el proyecto y se unió para recordar a sus primos Rapi y Lichi. Con solo ver unas pocas secuencias de la cinta, el autor de la melodía de Fresa y chocolate ya había compuesto algunos playbacks. Sus declaraciones anticipan que habrá algo de ese piano que Lichi tenía escondido en su álter ego, «pues él era un músico secreto, con un pensamiento musical que emana en el propio libro».
En la claqueta
«Miravalles está filmando aquí», la voz se corrió rápidamente entre los medios de prensa insulares. Pasaron casi dos décadas desde la última vez que el actor, radicado en Estados Unidos, estuviera ante cámaras del ICAIC. Su rostro, que había sido habitual desde tiempos fundacionales, quedó entonces confinado a la remembranza y a esa «posteridad» que revive el celuloide cada vez que se proyecta. Las doce sillas, Los pájaros tirándole a la escopeta, Quiéreme y verás son solo una pequeñísima muestra de una carrera que por más de 60 años ha ganado aplausos en disímiles países y que suma medio centenar de títulos de la gran pantalla. De vuelta a su Habana, ahora por motivos netamente profesionales, «se robó el show» –como acostumbramos a decir.
Pero Reynaldo ya cuenta con 89 años y el tiempo no perdona:
El principal reto que enfrentamos es que pudiera hacer la película. Por su edad, por el rigor de una filmación, por el calor de nuestro clima en los meses de mayo y junio. Afortunadamente aguantó el ritmo de rodaje y con un espíritu envidiable –comentó Chijona.
Según nos confesó, durante los primeros días Miravalles «estuvo muy tenso», pero poco a poco probó toda su sapiencia.
El actor, quien se autodefine como hombre de cine, aseguró que Esther en alguna parte es «el mejor guion que ha tenido en sus manos». El intérprete de Lino, uno de los protagonistas, confiesa que estuvo muy motivado a participar en el largometraje porque «se trataba de una película de viejos, con conflicto de ancianos de setenta años, algo poco común [en el séptimo arte]». En este sentido, las producciones nacionales no constituyen excepción porque, si damos un breve vistazo a lo realizado, solo contamos con Los pájaros tirándole a la escopeta, de Rolando Díaz, o con Reina y Rey, de Julio García-Espinosa. Ambos son títulos bien lejanos en el tiempo.
Ofelia (Laura de la Uz), Teniente Chang (Luis Alberto García), Lino y Larry
Por su parte, Chijona –y otros integrantes del elenco– resaltan la motivación que produjo tener al octogenario: «Todo el mundo tenía como la ilusión, el deseo de hacer alguna escena con él, y en ese sentido la película fue como una fiesta».
No obstante, el director reconoce que puso el rodaje en función de ese protagonista, porque su edad le impide memorizar extensos parlamentos, dificultad que Miravalles jamás escondió.
En primer lugar, el actor llegó dos meses antes a la capital del país para comenzar los ensayos. Durante el mes inicial permaneció encerrado en un local repasando las escenas con Molina, específicamente practicando la voz (intenciones, matices, etcétera). Posteriormente lo haría con las actrices. Ya en un segundo viaje, más próximo a las fechas de grabación, se probó el vestuario y conoció el set principal, la casa de su personaje. También se evitó el desgaste físico desde el propio guion. Aprovechando la caracterización introvertida de Lino, «tratamos de escribirle diálogos bastante concisos y sintéticos, salvo en escenas que tuvieran un enfrentamiento los personajes, que fuera como un duelo. Todo está muy sugerido en los silencios, en los textos, en las miradas» –explicó Chijona.
Todo lo contrario pasa con su partenaire Larry, rol que encarna Enrique Molina. Explosivo, hablador, mitómano, estrafalario, en él recayeron casi todos los diálogos.
Este es el tipo de película que los americanos llaman como «de socios». Lino y Larry son como aceite y vinagre. No tienen nada que ver el uno con el otro: ni en sus mundos espirituales, ni visuales. A algunas personas les recuerdan un poco la pareja de Don Quijote y Sancho, porque Miravalles es alto, desgarbado, y Molina es mucho más bajito, más gordo, más expresivo –valora Chijona el contraste entre sus protagonistas.
Mientras, Enrique Molina considera que este es un proyecto diferente a todos los que ha encarnado en su carrera. El protagonista, quien no puede esconder el placer que le ha traído la cinta, solo adelanta que «será una película para meditar, que nos va a enseñar a todos que aun teniendo 89 años –como tiene Miravalles– siempre hay un momento en la vida para amar, para querer, para ser amado». Visión similar defiende Eduardo Eimil, quien ve una lectura más profunda en su versión cinematográfica: «La vida no termina en la vejez, se puede ser feliz aun cuando uno llega a la ancianidad».
Tan solo 33 días necesitó el proceso de rodaje. «La voy a hacer de día casi toda» –se propuso el director, quien esta vez evitó el desgaste del trabajo nocturno–. Para sus locaciones escogió escenarios de Centro Habana, «donde se ubica la historia». En tanto que los interiores se filmaron en los Estudios de Cubanacán y en El Vedado por ser sitios menos ruidosos.
Esther en alguna parte culminará su producción este año, o al menos ese es el propósito de su entusiasta director, quien le calcula una extensión de hora y media. Quizás sea una cinta sobre un tema universal, quizás no. Por el momento, ni el propio Chijona se atreve a predecir cómo responderán los espectadores. Lo que sí presagia su equipo es que «será una película diferente», un elemento que aumenta las expectativas entre los cinéfilos cubanos, quienes ya se muestran interesados por ver el desempeño de quienes la lideran. ¿Otro título con nombre de mujer para ser recordado? Ojalá. Al cine cubano le hace falta. Pero esa pregunta solo podrá ser respondida en las salas.

tomado de: http://www.cubacine.cult.cu/sitios/revistacinecubano/

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