domingo, 30 de diciembre de 2012

Loco, casi medio loco.


 hay locuras que son la locura personales locuras de dos, hay locuras que imprimen dulces quemaduras, locuras de diosa y de dios.
                                                                                                         Silvio Rodriguez

              
El tiempo se empeña en poner un velo negro al recuerdo en la mente de los hombres.  A menudo cierra puertas, traspapela historias, sepulta vivencias y casi sin darnos cuenta, en el duro bregar de la cotidianeidad, ya sea desde la emigracion trabajosa y pagadora de taxes o ya sea desde la magna tarea de encontrar los ingredientes para la alquimia en la cocina, o de la guagua que no pasa, o del periódico que informa lo que no percibo, se nos pasa cada segundo de vida, sin recabar en guardar para la posterioreidad el recuerdo de este presente.

Hay locos que empeñan en olvidarse y no es mentira, ni tampoco es voluntario.  Es simple.  Es así.  Aunque luego nos duela, aunque luego alguien reclame lo que no se hizo.

Mi mente resiste en empeñarse a creer que el unico loco ilustre que tiene Cienfuegos es Pascual. Hay más y los que están vivos tienen la gran ventaja de perdurar en la memoria de las generaciones. El que murió, si lo hizo hace tiempo, cada vez más su aúrea se evapora.

Hoy he recordado a algunos, entre ellos a Masacote.  Lo busqué entre risas y persecuciones, entre frases como aquella que lo enfurecía tanto: MASACOTE, PESTE A ZICOTE. Lo busqué en todo mi barrio, que fue donde siempre lo ví. Con aquel pantalón carmelita que llevaba siempre encima, con aquella nota que llevaba siempre dentro.

DALE MASACOTE, BAILA. Y Masacote se mostraba plácido imitador de Bacallao el de la Aragón, y parecía que iba a romperse, o desbalancerse y caerse, pero la ley de la gravedad era justa con su locura o con su alcoholismo, deleitándonos en asombrosa demostración de que se puede, a pesar del alcohol; que eppure si muove, a pesar del cansancio, pues la turba de chiquillos venia aderezándole la catana desde la calle Armada, y Masacote, Dorticós abajo, deleitaba a Arizona y La Juanita enteros en frenética versión de intentar ser un loco o borracho extramuros.

A menudo oigo mencionar a Omar el Loco, a Cubillas, a Trino la Viuda, ... mi amigo Etienne me los ha recordado hoy nuevamente, ... no conocí al tal Trino. Parece ser, si nos apegamos a la verdad histórica, que cada loco o borracho tenía su barrio, donde sus acólitos se divertían, donde las madres encerraban a sus hijos, y es probable que algunos no se desplazaran muy lejos de "su comarca" pues la popularidad y la fama suelen ser traicioneras. De esos que les gustaba caminar, recuerdo a Yolanda la Loca, que caminaba TODO Cienfuegos con una jaba enganchada en su hombro, vendiendo betún - cuando había y escaseaba y no se si ahora alguien sabrá lo que es un betún - agujas de coser, hilos, íntimas y palitos de tendedera. Fuera de eso, era un "extra" encontrarse otra cosa en su jaba. También recuerdo al Caminante, un Sr. que todos los días iba a pie de Cienfuegos a Cumanayagua, lloviera, o no, tronara o relampagueara, dicen, que en pago a una promesa. Recuerdo que a eso de las 10.00am siempre aparecía por la Unidad Militar de Lajitas, en Lagunillas, con paso diligente y la gente se preguntaba como podía llevar ese ritmo después de tantos kilómetros y nosotros, los "científicos" explicabamos que se debía a que venía en bajada.

A todos, absolutamente a todos los locos de mi infancia, me los pasaba literalmente por el forro. Ninguno me asustaba. No valían para nada los sustos y regaños de mi madre y de mi abuela. El cuento del Coco nunca hizo espacio en mi materia gris, pero si recuerdo que había uno, uno solo que me daba miedo: Pablito, y vivía en mi barrio.

Casi siempre estaba ingresado, pero en ocasiones andaba suelto. No dormía y era prieto como la noche. Y se vestía oscuro. Recuerdo que era común que la gente indagase por él, no a modo de interés y si de preocupación.  Para mi desdicha, vivía en un edificio que está situado en el mismo medio del camino, entre la casa de mi abuela y la mía - o mejor dicho, entre las que eran - y si sabía que estaba "de pase" solía dar una vuelta inmensa por la calle Dorticós a fin de evitar tropezármelo en las noches.

Pablito tenía un hijo, Boris. Era más pequeño que yo y en cierta ocasión lo defendí, no se porqué ni ante quienes, pero fuí el único que sacó la cara en su defensa. Boris, o algún familiar, debió decírselo a Pablito y una noche, en la cual yo pensaba Pablito estaba ingresado en el Sanatorio - lo que ahora todos conocen como el PPU - cuando regresaba de la casa de mi abuela, me sorprendió en una esquina. Tropezamos de frente, se diría y me cagué. Casi que literalmente.

- Tienes fósforos? me preguntó.

Le dije que no, pero rápido, para ser justos, corriendo, regresé a casa de mi abuela y le traje una caja de fósforos familiar - algo que tampoco ahora existe ya - y se la regalé.

- Tú fuiste el que defendió a mi hijo el otro día? fue su segunda pregunta.

Asentí.

- Avísame si tienes algún problema por aquí por el barrio.

Encendió su cigarro y se esfumó.

No estoy en contra de la popularidad de Pascual, pero me resisto a que se crea fue el único,  aunque por su modo de ser lo haya sido. Hasta los más cuerdos hemos tenido nuestro momento de locura, como Leo, quizás el gay más ilustre de Cienfuegos, cuyas eternas tánganas con la PNR fueron de por sí, un acto eterno y bendito de locura, pero esa, ya es otra historia.

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