sábado, 2 de marzo de 2013

LA SUERTE ES LOCA... Y EL AMOR ES CIEGO.



Hace unos días escribí sobre un sexo que nunca tuve. Es una historia real, tan real como la de La Corredora, una bella chica con un cuerpo también bello y con unos ojos que se partía el bate.

Día tras día la veía pasar por debajo de mi edificio, y me hice el firme propósito de ponerme a darle yo también unas vueltas a la pista. Ya tenía 35 años. Mi época de jugador de fútbol había pasado al olvido y aquellos noventa minutos que corría ya no eran noventa, ni siquiera setenta, pero así y todo me animé a hacer la prueba. El 1er día terminé los ochocientos metros con la lengua afuera y sin sombra de un tema de conversación.  Al segundo día le agregué unos cuantos metros más a aquellos ochocientos, pero igual fui de improductivo en lograr una charla con ella. La chica me pasaba por el lado a cada rato hecha una cinta y yo ni con un cohete en el trasero podía equiparármele, pero la suerte y la desdicha suelen venir o acompañadas o una detrás de la otra.

El Polaco, un amigo del barrio, se embulló a dar unas vueltas conmigo, un día. Esa fue mi suerte. El Polaco era un corredor nato. Campeón en los Camilitos. Mi desdicha fue que en esos días tuve que partir hacia Cayo Largo del Sur a trabajar, a incorporarme luego de la baja turísitica.

El Polaco, no solo podía mantener el ritmo de carrera de la chica, sino que incluso podía sobrepasarle. Hablarle todo un trayecto y no cansarse. Quien conoce al Polaco sabe que su lengua no tiene frenos ni medidas. Es un tipo de esos que habla sin cesar, y no se cansa nunca. Así fue, quizás, con su locura, que logró atraer la conversación de la chica, quien un día, desconozco como, le comentó al Polaco que estaba cansada de salir con chicos que no podían ni pagarle un refresco de cola en la Benny Moré. Fue entonces que El Polaco se acordó de mí y le habló, y le habló y terminó embullando a la muchacha a que saliera conmigo.  La chica sin conocerme aceptó. De nada sirvió que El Polaco le comentara que yo también hacía ejercicios en La Pista. Ella no recordaba.

- No suelo mirar a nadie cuando corro.  Me concentro en mi carrera.

Mejor - pensó El Polaco - y al otro día me estaba llamando para comentarme "la jevita que me tenía lista" para cuando yo llegara de pase.  Ya eso está cuadrado Lame, me aseguró, y cuando me la describió con lujo de detalles, la reconocí de inmediato y salté tan alto que me es imposible explicarlo, y empecé a contar los días que me faltaban para "conocerla"

Esa, era una grandísima suerte.

Mi desdicha fue que Daniel, que trabajaba también conmigo en el Cayo, y vivía en el mismo barrio que El Polaco, salía de pase primero que yo., y sucedió que un día coincidieron en la esquina de la Piscina Olimpica, El Polaco, Daniel, y La Corredora. El Polaco le comentó que Daniel era un amigo que trabajaba en Cayo Largo del Sur y la chica le preguntó si él era el mismo del cual le había hablado, y como El Polaco hablaba tanto y tanto, no se acordó que, cuando y como había hablado de Daniel y dijo SI.

- Bueno, cuando salimos? fue la pregunta de La Corredora a mi amigo Daniel, quien hetero y para nada imbécil le dijo Hoy mismo.

El Polaco me llamó apenado un par de días después, pidiéndome perdón por haber metido la pata y contándome sin pelos en la lengua, con comas, puntos y comas, y puntos suspensivos de los detalles de la unión entre Daniel y La Corredora. Lo más triste de todo es que Daniel tenía la llave de mi apartamento, que se convirtió en el nido de amor de aquel, que es mi amigo, y aquella que pensaba yo sería mi jevita.

Esa fue mi desdicha.

- También fue tu suerte, Lame, me dijo Daniel el día que regresé a Cienfuegos. Le tuve que sacar el pie brother, le tuve que sacar el pie. Es un tren la loca esa. Me tenía fundío. Por poco me da un infarto y ella, fresquita. Aguanta nena, aguanta, que aquí la que corre eres tú no yo. No puedo más. Tuve que decirle, dejar de llamarla y apagar mi celular por todo un fin de semana.

Al Polaco no le reprocho nada, tampoco a Daniel. Ambos son amigos queridos de la infancia. Durante un tiempo, lo reconozco, anduve persiguiendo un fantasma de olor entre las paredes de mi casa. Una gota de sudor. Un grito ahogado. Una mano en el aire. Un apretón por el cuello. Un orgasmo... pero las mismas manecillas del reloj, en sus vueltas infinitas me hicieron razonar sobre la necesidad de olvidar La Corredora.

Fue fácil. Ella misma, agotada de tanto esfuerzo inútil por conquistar un hombre que le pagara todos los refrescos posibles en la Benny Moré, que le devolvieran el gasto energético en que había incurrido durante el día en sus vueltas a la pista y que al mismo tiempo fuera un hombre con un pene de goma e incombustible o de diesel, se pasó "al otro bando"

Aún la veía, a veces, por las calles de mi Cienfuegos, o sentada en un banco del Prado, dandóse un cálido beso con una chica tan bella como ella y con corazón joven para aguantar todos los embates sexuales posibles en una cama, donde lo único que se cayera fuera la ropa, cuando la tiraran al piso.

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