Por: El Cojito Bibijagua.
A mi Ligy.
Es innegable para todos que la historia de
la humanidad es la historia de las migraciones. Tantas escasez de alimentos y
desfavorables condiciones climáticas forzaron a los pioneros de la especie
a buscarse la vida en cualquier rincón posible.
Contaban con bastantes dificultades para
movilizarse e instalarse. Una de ellas consistía en que tenían
que recorrer millas y millas a ¨pata limpia¨, caminando
y escondiéndose de las fieras que querían diezmar la tropa.
También las fieras tenían que poner patitas listas, porque cuando
estos seres se ponían belicosos por causa de la demanda estomacal, les daba lo
mismo fajarse con un Mamut que con un Diente de Sable, con tal de llenar la
tripa.
Pero bueno, entre tantas penurias y
necesidad de migración también tenían sus ventajas, porque los hombres antiguos
no poseían pasaportes, ni visados Schengen, tampoco les urgía probar que eran algo
más que unos tipos que querían buscarse la vida en otras tierras y seguir con
su jueguito se sobrevivencia cazando Mamuts en el primer campo de
batalla que se encontraran.
Y años tras años salieron de África y
se mezclaron con Neanderthales y aunque
no tenían Internet ni Facebook los hombres primitivos
se hicieron felices y comieron perdices.
La Evolución de la especie, recorre un
número grande de eslabones, unos encontrados y otros perdidos. Y aunque estemos
en constante proceso evolutivo aparecen nuevas especies que meritan de estudios
y análisis. Surgen en estos contextos científicos el ilustre
Homocubanus, sabio migrante con características propias y autóctonas
de una tierra insular y caribeña.
El Homocubanus llegó a la mayor de las Antillas
en canoa, desde tierras y aguas sureñas, también huyéndole al hambre y a todo
lo que se le asocia. Así se mezcló con unos peninsulares que llegaron
a exterminarlos y con negros secuestrados y maltratados, chinos, franceses,
árabes, catalanes, gallegos, rusos, canarios, norteamericanos, formaron el cóctel del Homocubanus actual; sandunguero, problemático ingenioso, buen
amante, guerrero, sabiondo y emigrante.
La Isla tuvo uno de los picos de
estampida en pleno siglo XIX, con casi cinco mil setecientos residiendo en
Estados Unidos en 1870 y alcanzando cifras históricas de vente mil inmigrantes
en 1890. Caminando por la República Mediatizada se fueron a buscar
trabajo por montones de miles y trabajando como locos, reforzaron
sudor a sudor el crecimiento económico en el sur del gigante
norteño.
Pasó el tiempo pasó y con la llegada de
una revolución apurada y necesaria, los que se asustaron se fueron con las
primeras luces de la mañana. Otros mandaron a sus hijos a un futuro
desconocido, porque creyeron un cuento de camino que inventaron algunos
enemigos reprimidos y peligrosos.
Pero no solo el Homocubanus salió
por voluntad propia, algunos fueron botados y sacados del barrio
donde vivían cuando los empaquetaron como escoria sobrante llevados a escuchar
en inglés algo que nunca imaginaron entender.
Y con años sumados, los miembros de esta
especie llegaron a ocupar nada más y nada menos que el millón ochocientos
noventa y un mil catorce de la población estadounidense. Balseros, exiliados,
politiqueros, profesionales, padres de familia, hijos, hermanos, y amigos
marcharon en búsqueda de una mejor vida a una orilla común.
Sobra la historia de los Danieles y los
Pedros, integrantes de una generación ochentera y desencantada.
Los Danieles forman parte de los
Homocubanus, un clan acomodado y bienhechor, que no venció el hambre del Periodo, pero a la
que le dio guerra sin proponérsela.
Los Danieles también migraron y se
ubicaron en Factory y McDonalds, raspando los dolares anhelados en un clima tenso
y trabajador. Se convirtieron en demócratas y norteamericanos,
anticomunistas modernos y siguen siendo los hijitos de papá.
Crecieron adulterados por los estudios, y
las materias básicas, pero maduraron en un copy and paste, que solo un
tiempo mal aprovechado les regaló. Los Danieles, duermen en la intolerancia y
la violencia; nunca fueron guapos y elegantes, siquiera sus retoricas navegaron
en las aguas turbulentas de la historia. No calzaron zapatos rotos en su Cuba
natal, y en la que ganaron en el exilio visten un corte caro y
elitista.
Aun así, maldicen a los que no piensan
como ellos, o al menos a los que piensan diferente a cualquier fracción de la
especie.
Los Pedros, cuyo clan restauraba lo dañado
por la miseria acumulada y quemaban sus talones a través de los
agujeros negros de sus zapatos remendados, estudiaron algo con mucho esfuerzo,
y amaron algo con poco de ello. Se fueron también, como cualquier
clan hambriento y se mezclaron con la realidad inmediata de la lejanía natal.
No hablan de otro sentimiento que del cariño a sus cuevas natales, a sus
paisajes maltratados. Luchando caminan en una avenida dolarizada y querida,
construyendo una vereda nueva para sus familias. No acumulan
rencores democráticos ni vendidos, los Pedros respetan a los
Danieles y a sus clanes vecinos, no pierden las ganas de vivir encadenados en
un pasado verdugo y en un futuro ilusorio.
El Ilustre Homocubanus, sabedor de
rutas indescifrables, cree con vehemencia que el único migrante en la
faz de la tierra con el derecho a navegar es él. Sin pretender escuchar sus
dolencias propias y las ajenas, naufraga en el tiempo encharcado de las
miserias acumuladas, sin vivir la cotidianidad de sus riquezas anheladas.
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