sábado, 2 de marzo de 2013

El ilustre Homocubanus.





Por: El Cojito Bibijagua.

 A mi Ligy.

Es innegable para todos que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones. Tantas escasez de alimentos y desfavorables condiciones climáticas forzaron a los pioneros de la especie a buscarse la vida en cualquier rincón posible.
Contaban con bastantes dificultades para movilizarse e instalarse. Una de ellas consistía en  que tenían que recorrer millas y millas a ¨pata limpia¨, caminando y escondiéndose de las fieras que querían diezmar la tropa. También las fieras tenían que poner patitas listas, porque cuando estos seres se ponían belicosos por causa de la demanda estomacal, les daba lo mismo fajarse con un Mamut que con un Diente de Sable, con tal de llenar la tripa.
Pero bueno, entre tantas penurias y necesidad de migración también tenían sus ventajas, porque los hombres antiguos no poseían pasaportes, ni visados Schengen, tampoco les urgía probar que eran algo más que unos tipos que querían buscarse la vida en otras tierras y seguir con su jueguito se sobrevivencia cazando Mamuts en el primer campo de batalla que se encontraran.
Y años tras años salieron de África y se mezclaron con Neanderthales y aunque no tenían Internet ni Facebook  los hombres primitivos se hicieron felices y comieron perdices.

La Evolución de la especie, recorre un número grande de eslabones, unos encontrados y otros perdidos. Y aunque estemos en constante proceso evolutivo aparecen nuevas especies que meritan de estudios y análisis. Surgen en estos contextos científicos el ilustre Homocubanus, sabio migrante con características propias y autóctonas de una tierra insular y caribeña.
El Homocubanus llegó a la mayor de las Antillas en canoa, desde tierras y aguas sureñas, también huyéndole al hambre y a todo lo que se le asocia. Así se mezcló con unos peninsulares que llegaron a exterminarlos y con negros secuestrados y maltratados, chinos, franceses, árabes, catalanes, gallegos, rusos, canarios, norteamericanos,  formaron el cóctel del Homocubanus actual; sandunguero, problemático  ingenioso, buen amante, guerrero, sabiondo y emigrante. 

 La Isla tuvo uno de los picos de estampida en pleno siglo XIX, con casi cinco mil setecientos residiendo en Estados Unidos en 1870 y alcanzando cifras históricas de vente mil inmigrantes en 1890. Caminando por la República Mediatizada se fueron a buscar trabajo por montones de miles y trabajando como locos,  reforzaron sudor a sudor el crecimiento económico en el sur del gigante norteño. 

Pasó el tiempo pasó y con la llegada de una revolución apurada y necesaria, los que se asustaron se fueron con las primeras luces de la mañana. Otros mandaron a sus hijos a un futuro desconocido, porque creyeron un cuento de camino que inventaron algunos enemigos reprimidos y peligrosos.
Pero no solo el Homocubanus salió por voluntad propia, algunos fueron botados y sacados del barrio donde vivían cuando los empaquetaron como escoria sobrante llevados a escuchar en inglés algo que nunca imaginaron entender.   
Y con años sumados, los miembros de esta especie llegaron a ocupar nada más y nada menos que el millón ochocientos noventa y un mil catorce de la población estadounidense. Balseros, exiliados, politiqueros, profesionales, padres de familia, hijos, hermanos, y amigos marcharon en búsqueda de una mejor vida a una orilla común.

Sobra la historia de los Danieles y los Pedros, integrantes  de una generación ochentera y desencantada.

Los Danieles forman parte de los Homocubanus, un clan acomodado y bienhechor, que    no venció el hambre del Periodo,  pero a la que le dio guerra sin proponérsela.  

Los Danieles también migraron y se ubicaron en Factory y McDonalds, raspando los dolares anhelados en un clima  tenso y trabajador. Se convirtieron en demócratas y norteamericanos, anticomunistas modernos y siguen siendo los hijitos de papá. 
Crecieron adulterados por los estudios, y las materias básicas, pero maduraron en un copy and paste, que solo un tiempo mal aprovechado les regaló. Los Danieles, duermen en la intolerancia y la violencia; nunca fueron guapos y elegantes, siquiera sus retoricas navegaron en las aguas turbulentas de la historia. No calzaron zapatos rotos en su Cuba natal, y en la que ganaron en el exilio visten un corte caro y elitista.  
Aun así, maldicen a los que no piensan como ellos, o al menos a los que piensan diferente a cualquier fracción de la especie. 

Los Pedros, cuyo clan restauraba lo dañado por la miseria acumulada y quemaban sus talones a través de los agujeros negros de sus zapatos remendados, estudiaron algo con mucho esfuerzo, y amaron algo con poco de ello. Se fueron también, como cualquier clan hambriento y se mezclaron con la realidad inmediata de la lejanía natal. No hablan de otro sentimiento que del cariño a sus cuevas natales, a sus paisajes maltratados. Luchando caminan en una avenida dolarizada y querida, construyendo una vereda nueva para sus familias. No acumulan rencores democráticos ni vendidos, los Pedros respetan a  los Danieles y a sus clanes vecinos, no pierden las ganas de vivir encadenados en un pasado verdugo y en un futuro ilusorio.

El Ilustre Homocubanus, sabedor de rutas indescifrables, cree con vehemencia que el único migrante en la faz de la tierra con el derecho a navegar es él. Sin pretender escuchar sus dolencias propias y las ajenas, naufraga en el tiempo encharcado de las miserias acumuladas, sin vivir la cotidianidad de sus riquezas anheladas.

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