por Roberto A. Lamelo
Soy hombre de una palabra. No sabría explicar a ciencia cierta a quien le debo el honor de serlo, aunque no voy a pecar de santo. Mi modo de comportarme no engaña a nadie. Jamás engañé a nadie, ni mi objetivo fue hacerlo, pero desde que me puse las botas de la emigración, he andado con un pesado fardo a cuestas. No ha sido fácil lograr lo que hasta ahora tengo, que es bien poco... para ser sincero es apenas una minúscula parte de lo que quiero para mi.
Si no he alcanzado más, creo, ha sido porque como a muchos, me ha costado adaptarme al cambio. He tenido la dicha de no tener problemas con el idioma, pero he sentido duramente en mis espaldas, la irresponsable temeridad de creer que sigo siendo la misma persona que antes le daba la mano a todo el mundo. El que podía invitar a muchos y pagar la cuenta. El que podía arreglar, resolver y decir "deja eso... va por mí"
No me arrepiento, si me voy ahora, si me llama Satanás allá encima, intentaré convencerle que no es a su lado, sino del otro, donde debo estar. Mi problema no es con él, creo, aunque no hace ni ocho años atrás, me acosté con cuatro chicas en una cama. No me pregunten porqué lo hice. Ni siquiera me acuerdo lo que hice, y creo no haber hecho mucho, excepto divertirme con la lujuria y creerme más todopoderoso que el dinero con el cual compré la diversión. Perdón pido.
Puedo pagar cualquier precio, menos el de tener una deuda. No puedo lidiar con esa responsabilidad, no puedo sentir un comentario a mis espaldas que diga "este se rajó" ... no se convivir con esa angustia por haber traicionado un compromiso, pero no soy máquina, no soy cura, ni tengo cuerpo o vocación de ser confesionario.
He tenido el inmenso placer de verme, desde hace un mes y medio, envuelto en una maresma... no había querido preocupar a nadie y de todos me sentí preocupado y protector. Ahora, cuando estoy navegando al pairo, cuando la muerte me pilló de cerquita y prefirió llevarse a un amigo mio primero, es que me he dado cuenta del verdadero valor de las cosas que aun no tengo y me merezco.
Le doy gracias a mis benefactores y detractores. Los segundos, me ayudan a pensar diferente, los primeros a creer en la vida. Esta, por suerte - o desgracia - se diluye en cada cual... y cada cual toma y cree, lo que ella le inspira. Donde crei que había puesto una huella, ayer surgió un muro. Donde vi esperanzas de pronto encontré inmovilidad. Donde sentí el deseo del saludo, surgió una nunca esperada respuesta.
Le pido disculpas a quien ofendí o a quien no acepté.
Le doy gracias a muchas personas, en especial a mi pingulilla... sin ella los amaneceres hubiesen sido más tormentosos, y quien sabe con cuantas tormentas hubiese llegado al amanecer de hoy.
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