por Roberto A. Lamelo
Le habrían
quitado el pasaporte… un guardia pateó su cabeza y lo empujó hacia dentro de la
celda. Cerró las rejas, y acosado por la rabia lanzó hacia un rincón un jarro
de aluminio. Juan, acurrucado en el piso escuchó el tintineo pero no se atrevió
a levantar la vista. Su cuerpo, amoratado por unos golpes inmerecidos era presa
del miedo y de la burla,… del escarnio, cierta vergüenza y un arrepentimiento
infausto por haber abandonado Cuba. Pensó en su madre, en sus palabras cuando
le dijo que saldría a casa de un amigo... que iban a tomarse unos traguitos y que a lo mejor se
quedaba allá a dormir. Eso fue un martes, hoy era sábado y Juan no dormía en
casa del amigo, sino en el piso de un oscuro calabozo.
No sintió pasar
las horas… cuando despertó, lo hizo sentado sobre una silla. Un cubo de agua lo
había sacado de un pensamiento abstracto, llamado sueño. Algo que ni siquiera
era, porque no recordaba nada.
Vaciló entre preguntas,
su cuerpo, inconforme con el trato y la burla, no estaba acostumbrado a sufrir
tanta desidia. Intentó explicar que él, específicamente él, no conocía a nadie…
que él no sabía de nadie, que su único deseo había sido irse, largarse…
- -
Sabes,
… nunca llegarás a dónde quieres ir. No te quieren... incluso los tuyos no te quieren.... y nosotros, bueno, ya lo estás viendo... nosotros tampoco te queremos.
Y otra vez
recibió un golpe seco en el estómago. Cayó sobre el suelo mojado. Sediento y
por instinto, su lengua comenzó a lamer el piso. Entonces percibió un sabor
diferente, camuflado dentro del agua. Era orine. Su propio orine. Entonces
recibió otra patada. Otra más. Un bastonazo. En las afueras de su cuerpo, se
hizo la oscuridad.
Despertó horas
después sobre un vehículo que lo llevaba rumbo a lo desconocido. Hizo silencio,
no quiso decir nada, … había aprendido a resignarse, pero temió por su vida.
Era muy joven para abandonar ciertas cosas, ciertos deseos incumplidos, ciertas
lujurias.
-
- No me
maten coño, si no me quieren aquí, mándenme de vuelta pero no me maten.
- -
Cubanito…
¿eres adivino? – le dijo uno de los escoltas
Luego comenzaron
unas risas que parecían no tener fin. Recostó su cabeza al vidrio de la
ventanilla y volvió a dormirse.
Un frenazo brusco
le hizo abrir los ojos. Al lado del vehículo muchas personas acarreaban
maletas.
Algunos se despedían con lágrimas, otros se enfrascaban en un abrazo
interminable.
Miró hacia el
otro lado. Arriba, un poco distante, borroso, pero visible, el cartel rezaba: “Bahamas International Airport...”
foto propiedad de martinoticias.com
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