por Roberto A. Lamelo
Me he leído todos los post de Juan Orlando Perez, juanopg.blogspot.com. Lo redescubrí gracias a Olga. Y digo re, porque todos, él, Olga y yo, habitamos durante un tiempo eso que todos, Olga, yo y él llamamos "La Beca", esa que está sita en F y 3ra.
Me he leído todos los post de Juan Orlando Perez, juanopg.blogspot.com. Lo redescubrí gracias a Olga. Y digo re, porque todos, él, Olga y yo, habitamos durante un tiempo eso que todos, Olga, yo y él llamamos "La Beca", esa que está sita en F y 3ra.
Juan Orlando en la Beca parecía otro. En la Beca, todos, parecíamos otros, aunque éramos mejores sin dudas a aquellos otros que parecíamos en el Pre o en la Secundaria, cuando aquellos profesores nos decían que éramos unos inmaduros. En mi caso, fui acusado de todo en la Secundaria y en el Pre. Creo que algún profesor tuvo razón. No he asumido la vida con madurez suficiente, pero me atreví a irme contra todos los que dijeron que nunca llegaría a ser "alguien" Ser alguien, en aquel entonces se entendía como el oficio de no ser ni arquitecto, ni ingeniero, ni licenciado. Así supongo que llegué a la Beca, desde una Orden 18 que presagiaba cumplir con el presagio de los profesores del Pre - o los de la Secundaria - con aires de ser un nadie, o no ser "alguien", y aunque quise, nunca hice nada por destacarme intelectualmente. Era muy joven. Había muchas cosas que disfrutar en aquella capital, muchas nalgas que mirar, muchas fiestas a las cuales asistir, mucho Ron que ingerir, que me fuí, ingenuo, por la linea de lo que un italiano denominaría "il divertimento". Entonces, según Yamilet y Jambrina, me convertí en un "mondragón" De esto, me enteré hace poco... yo, que me creía un duro, de pronto, una noche, me entero, por boca de una de las personas más carismáticas de esa Beca que yo, y por suerte ella mencionó otros nombres que no me hicieron sentir peor, era un mondragón. Lo que Yamilet no sabía es que mientras yo mondragoneaba todo el día, por la noche, me leía "las obras completas" de Pedro de Jesús López Acosta.
Mondragón...vaya término ese, válido, al parecer para justificar el porqué algunos dicen no recordarme. Y yo que le achacaba la culpa a mi cabellera perdida. A ella - o más bien a su pérdida - le achacaba también la culpa del porqué algunos, entre ellos Juan Orlando, de quien me declaro fiel seguidor de su blog, no se dignaban en aceptarme como amigo en la red social de Facebook. Por suerte comprendí que algunos valoran los términos de amistad de modo distinto. Yo, no tengo reparos en admitir mi
ingenuidad en este sentido. Yo veo una solicitud de alguien que tenga 15 amigos en común y todos de la Beca, lo acepto sin reparos. Hacia ellos siento esa debilidad que bien pudiera llamarse hermandad, aunque algunos, ciertamente, se hayan vuelto unos soberanos comemierdas.
Soy ingenuo. Lo acepto, y a veces peco por ello.
Soy ingenuo y a veces, muy, muy pocas, le pido amistad a quien no conozco.
Y con miedo, y con la duda por conocer toda su obra, le pedí amistad a Carlos Manuel Alvárez. Y porque vi que era periodista, y porque vi que era de Matanzas y porque sospeché que habia estado en la Beca, y porque su jeta bohemia me recordó a Héctor "El Tigre" Miranda, a Renay, al Carpio. Y porque vi que jugaba pelota y que era amigo de Arzuaga "El Mejor" y de Michel, y de pronto sospeché - mientras maldecía - que si Carlos Manuel hubiese sido de mi generación, o mi madre se hubiese demorado un poco en parirme, hubiésemos coincidido en la Beca, hubiésemos jugado juntos en los Caribe y fuésemos sin dudas, excelentes amigos.
Aunque Yami se confundiera, lo catalogara de mondragón también, y él, para desmentirla le hubiese regalado un texto como este que a continuación les reproduzco.
Como ya conozco a los lectores de este blog, sospecho que alguno me critique y diga que La Favorita es una telenovela vieja. Yo creo, y estoy seguro Carlos piensa igual que yo, que da lo mismo si la telenovela es del 2001 o del 2013. Según mi amigo Carlos - sí, vamos a ver si entramos un poco en confianza -, y en esto yo lo apoyo, todas las telenovelas brasileñas son la misma caca. Excepto La Esclava Isaura, todas las demás merecerían que el indio Apingorá les clavara una flecha en el medio del c...orazón, o del cu....ello. Claro, la autojusticia debería existir también.
Como ya conozco a los lectores de este blog, sospecho que alguno me critique y diga que La Favorita es una telenovela vieja. Yo creo, y estoy seguro Carlos piensa igual que yo, que da lo mismo si la telenovela es del 2001 o del 2013. Según mi amigo Carlos - sí, vamos a ver si entramos un poco en confianza -, y en esto yo lo apoyo, todas las telenovelas brasileñas son la misma caca. Excepto La Esclava Isaura, todas las demás merecerían que el indio Apingorá les clavara una flecha en el medio del c...orazón, o del cu....ello. Claro, la autojusticia debería existir también.
La novela brasileña o el trueque maldito de lo popular
He vuelto, después de mucho tiempo -después de un larguísimo, interminable tiempo-, a respirar feliz. Ya puedo sentarme sin miedo en el sillón carmelita de la sala de mi casa. Ha finalizado la telenovela brasileña, el último regalo de la cadena O´Globo. Una novela que bien parece otra cosa: lengua pálida, burlona, desafiante; trompetilla del capitalismo; comentario de Resillez; gorda en pelotas a la luz de la luna.
Ahora saldrá a la palestra algún especialista reconocido, y con extrema benevolencia, en una de las páginas culturales de nuestros diarios, evaluará lo positivo y lo negativo, la fotografía, las actuaciones, el suspenso, los ganchos dramáticos, los zapatos azules y la intertextualidad medieval.
Pero, verdaderamente, casi todos sabemos que La favorita ha sido el horror. Ni más ni menos. Y que la única relación que puede guardar con la Edad Media, estriba en la Inquisición. O sea, a La favorita, heroína popular, habrá que llevarla a la hoguera pública.
Aunque, como es natural, este tipo de producto tiene sus ventajas. Te acomodas, disfrutas el último capítulo y ya sabes de qué fue, lo entiendes todo. Al menos no exige, como ciertas novelas de Joyce, una concentración extrema, un total aislamiento del mundo. Incluso, no es necesario tomar asiento ni nada por el estilo. Usted puede hacer el amor (siempre que no se demore demasiado), ir cocinando, planchar, atender a sus hijos, tomarse un café, y darle de vez en cuando una vuelta al televisor. No se habrá perdido nada, salvo dos o tres preciosas vistas de Río de Janeiro, unos cuantos muslos tersos, actrices deslumbrantes. En ese sentido los productores brasileños cuidan muchísimo al espectador.
Bastan quince minutos y uno se implica con las tramas y subtramas. Con las infidelidades y los muertos y los desequilibrados de la novela. Y conoces que hubo un viejo, un señor honrado, un Florentino Ariza que esperó 50 años por su amor: la mujer de un empresario recientemente fallecido.
Pero hay más: una hermosa adúltera termina loca y tirita de frío por las calles mientras el resto de las personas se pasea en camiseta. Un ecologista medio imbécil. Un político corrupto, en estado de gracia, confiesa sus deslices, sus fachos administrativos. La protagonista, en el summun de los guiños literarios, logra escapar de la cárcel al intercambiarse con un cadáver. Y sale con la identidad de la supuesta muerta: una traficante de armas, presunta millonaria, o casi. Pero hasta en eso la última novela brasileña es diferente. Porque la única relación que guarda Donatella (patética actuación: estampa compungida y nariz roja) con el Edmundo Dantés de Alejandro Dumas es, evidentemente, el físico. Su andrógino rostro, los viriles gestos, la furia endemoniada de la inocente víctima que ve su alma rebajada a las traiciones y bajezas humanas.
Y todo eso está muy bien. Contrario a lo que parece, a mí me satisface la programación cubana. Porque hay que entender, el entretenimiento es primordial en un país sin economía, con una realidad demasiado cruda y compleja. Y claro está, el horario de la novela es para desconectar. En eso coincidimos. Nada de arte. O de decencia.
En lo que sí no coincidimos es en el principal acertijo de La favorita. Su árbol genealógico. El desprendimiento filial de los brasileños. Ahí nadie sabe quién es hijo de quién, ni cuál es el heredero, y la mayoría se parecen, y cualquiera cría a cualquiera, y todos somos de todos y nadie es de nadie. Entonces, lógicamente, la gente se confunde. Se enamoran de los hermanos, besan a los primos, vacilan a las tías abuelas, aunque no corran peligro, y ellos, los actores, lo saben, por eso se arriesgan, porque ahí está la mano del guionista para sacarlos del enredo, y al final nadie saldrá con un hijo Down o distrófico.
Por otra parte, me agrada la inverosimilitud de algunos pasajes. A excepción de Edipo Rey, yo no he leído ningún clásico griego. Pero alguien me dijo que Eurípides se burla en sus tragedias de las evidentes incongruencias en el desarrollo de ciertos mitos antiguos. Obviamente, yo no soy Eurípides, pero La Favorita tampoco es Orestes, por lo que puedo mofarme con plena libertad de las fantasías que O´Globo le vende al mundo. La dueña de un prostíbulo, o mejor, de un prostibulillo, se sienta a la mesa a comer con un magnate poderoso, con el hombre que manda a pedir su helicóptero cuando en las calles de Río hay mucho tráfico. Y cada cual tiene su estilo, y si trabajas mucho labras una fortuna, y las luces y los carros y la felicidad postmortem.
Me pregunto dos cosas. Una: si Mayté Vera no será colaboradora de esa gente. Dos: quién carajo habrá introducido las novelas brasileñas en Cuba, en un país donde afloran los debates, y se aboga por el desarrollo cultural, y se lucha por la participación activa de las masas; para entonces, de golpe, llenarnos la cabeza de basura con esta mercancía pavorosa que más bien parece una lluvia ácida o un espectáculo de circo. La favorita vende, pero en nuestra calurosa nación lo comercial es punto muerto, está más enterrado de lo que debería, por lo que estos alardes de enajenación son gratuitos. Las encuestas dirán otra cosa, dirán que la novela gusta y se prefiere. Pero el gusto es volátil, cuestión de enseñanza, de tradición, algo que martille durante treinta años termina por gustar. Aunque La favorita no es un martillo. Es un garrote.
También me pregunto lo siguiente: por qué las críticas a las novelas brasileñas son tan dóciles y en una de las páginas culturales de uno de nuestros periódicos insignias aparece, así, sin más, como caído de Marte, un artículo despiadado y obsoleto contra una novela cubana, que sin ser, ni mucho menos, un dechado de virtudes, tocaba puntos neurálgicos de la sociedad, dialogaba con determinados conflictos, tendía al mejoramiento humano, más allá de los fantasmas con arrugas y de la invisibilidad y las arrugas de la edición.
Mejor no pregunto tanto y cambio de canal. Ya ni siquiera veo la pelota. Ora porque los mejores peloteros son los que pueblan tu infancia, ora porque uno sabe que mucho de los mejores peloteros de Cuba no están presentes, ora porque el pitcheo antillano es más ingenuo que el señor Gonzalo. Lo cierto es que esas cuestiones entristecen el alma.
Busco en los canales educativos y sigo de largo. A veces, cuando lo atrapo, me siento a ver Escriba y Lea. Eso sí es programa, digo, y lo disfruto un rato. A las dos o tres decepciones apago el televisor. No es posible, hay trampas. Pero los panelistas son legítimos. Y lanzo una última pregunta: cómo coño esta gente sabe tanto. Lo que me devuelve de plano al horario de la novela. A desconectar. Por tanto, puede que me equivoque, y ser La Favorita un clásico de la ironía y el dato escondido. Recuerden, para ese entonces, que me gustó el personaje de Dodi (¿se escribirá así?), sus muecas, su eterno chicle, su incontrolable sentido del humor. Y también el tema musical.
Mientras tanto sigo en la espera. La Doctora María Dolores Ortiz y el Doctor Pérez Herrero son demasiado, demasiado buenos actores. Pero sé, estoy casi seguro, si me dejo llevar por la línea de descenso, que la próxima telenovela estará infinitamente peor. Y quizás esto forme parte del intercambio cultural entre los pueblos latinoamericanos, y es muy probable que O´Globo, el cuarto conglomerado de medios de comunicación a nivel mundial, nos siga proponiendo de buena fe sus productos en serie, sus jodidos negocios, y cuando ni yo ni este artículo existamos, la novela brasileña existirá, y cuando mi generación muera, mis hijos y los hijos de mis hijos seguirán disfrutando de más Favoritas, y cuando Cuba no sea más que un verso de Lezama, una frase de Martí, un empaste de Portocarrero, un acorde de Brouwer, un parlamento de Memorias, en fin, un diminuto, utópico y glorioso párrafo en el testamento de la Historia, el espacio de la novela seguirá en pie, viajará por la galaxia, regará su estela sobre la noche insular, en busca de otra tierra lejana y solitaria, y si por alguna terrible casualidad las series brasileñas desaparecieran, ahí estará la burocracia, los funcionarios, inamovibles, más allá del tiempo y de los gustos, para decirle a la población que no se preocupe, que en nombre de la identidad continental, y otros asuntos de vital importancia, echaremos mano, y pondremos para ustedes, el excelso arte de las novelas mexicanas.
Carlos M. Álvarez Rodríguez
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