Desando las calles empedradas con afanes de vulnerar sus memorias; busco en cada resquicio colonial los vestigios de vidas paralelas que en pleno siglo XXI se perciben en la Villa del Espíritu Santo; no como ánimas, sino como parte de un halo tradicional inscrito en la sangre de quienes todavía nos arrogamos el derecho de admirarla a sus 499 años, cual si fuésemos uno de aquellos pobladores que le dieron vida a la vera del río Yayabo.
Indudablemente, al recorrerla, camino sobre los pasos de Diego Velázquez cuando decidió fundarla, de viles piratas que robaron sus riquezas, de esclavos vencidos por la miseria, de damas encumbradas con donaire de grandeza, de un sinfín de caracteres que componen la esencia pintoresca de esta ciudad añeja; rescatada durante siglos de las fauces del tiempo.
Fui testigo del preludio conmemorativo de sus cinco centurias, un “ensayo” que, con eventos teóricos, la exposición de pintores espirituanos: Ecos del cambio de siglo, comercialización de literatura y artesanía, espectáculos infantiles, competencias deportivas, proyección de largometrajes cubanos, conferencias de historiadores e investigadores y la exhibición de restos arqueológicos hallados en Pueblo Viejo, resultó un gesto apologético para celebrar casi medio milenio de vida.
Mientras tanto, Sancti Spíritus muestra nuevos aires, quizás por la seguridad que le otorga su cabellera delineada por un río emblemático, o por los balaustres, vitrales, empedrados, fachadas y arcos coloniales que modelan los trazos de sus curvas. Lo cierto es, que la dama antigua espera intranquila la llegada de su aniversario 500 en 2014, sabiéndose retadora de los quebrantos del tiempo y dueña irrefutable de la eterna.
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